Somos una familia religiosa, fundada por San Eugenio de Mazenod en 1816. Hoy somos unos 3350, repartidos en casi 70 naciones del mundo.
Somos misioneros, porque queremos decir a todos que Cristo es el centro de nuestra vida y es la esperanza de salvación y resurrección para todo hombre. Pero no sólo eso.
Formamos también una gran familia, junto con miles de laicos, jóvenes y adultos, que en todo el mundo comparten con nosotros nuestra misión.
Nuestro carisma es comunión y evangelización, porque sabemos que la caridad, el amor entre nosotros, es el fundamento y la savia que nos abre a todos y nos da la pasión de anunciar el Evangelio.
¡Nos importan los pobres!
«Me ha enviado a evangelizar a los pobres» es el lema que nos guía. Somos enviados a aquellos a los que no llega el mensaje de esperanza del Evangelio.
Los últimos, los más abandonados, los pobres en sus múltiples aspectos, que piden esperanza y salvación: a ellos se dirige nuestra misión. Evangelizar a los pobres significa para nosotros hacerles descubrir y experimentar su dignidad, tal como san Eugenio de Mazenod comprendió que debía hacerlo con la gente de su tiempo:
“Durante este santo tiempo habrá muchas conferencias para los ricos y para aquellos que han recibido una educación. ¿Y no habrá nada para los pobres y los ignorantes? Sin embargo, tenemos que enseñar el Evangelio a todos los hombres y enseñarlo de modo que lo comprendan. Venid, sobre todo vosotros, pobres de Jesucristo. Obreros: ¿quiénes sois vosotros según el mundo? Una clase de gente dedicada a pasar su vida en el ejercicio penoso de un trabajo oscuro, que os coloca en situación de dependencia y os somete a los caprichos de todos aquellos de los que solicitáis contratos. Criados: ¿qué sois para el mundo? Una clase de gente, esclava de quienes os pagan, expuestos al desprecio, a la injusticia, incluso con frecuencia, a los malos tratos de amos exigentes, brutales a veces, que creen comprar el derecho a ser injustos con vosotros por el mísero salario que os dan. Y vosotros labradores, campesinos: ¿qué sois para el mundo? Por muy útiles que sean vuestros trabajos, os tasan sólo por el valor de vuestros brazos; y, si tienen en cuenta vuestros sudores, bien a pesar suyo, es sólo porque riegan la tierra y la hacen fecunda. Ahí tenéis lo que piensa el mundo. Ahí tenéis lo que sois a sus ojos. Venid ahora a aprender de nosotros lo que sois a los ojos de la fe. Pobres de Jesucristo, afligidos, desgraciados, enfermos, cubiertos de llagas, etc., vosotros todos, agobiados por la miseria, hermanos míos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos, escuchadme. Sois los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los coherederos de su Reino eterno, la parcela escogida de su herencia; como dice San Pedro, sois la nación santa, sois reyes, sois sacerdotes, sois, en cierta manera, dioses. Hay dentro de vosotros un alma inmortal, hecha a imagen de Dios y destinada a poseerlo algún día; un alma rescatada con el precio de la sangre de Jesucristo, más preciosa para Dios que todas las riquezas de la tierra, que todos los reinos del mundo.”
(De las notas de Eugenio de Mazenod para los sermones de 1813 en la iglesia de la Magdalena de Aix en Provence)
La predicación de las misiones populares fue el primer ministerio de los oblatos. Incluso hoy, siguen siendo una piedra angular de nuestra actividad. Pero no sólo eso.
La evangelización de los jóvenes es una de nuestras prioridades y nos comprometemos a responder a las necesidades y urgencias de la Iglesia y de los pobres en otros ámbitos. Los pobres más pobres: presos, inmigrantes, drogadictos, han sido nuestros preferidos desde el principio. El ministerio parroquial no nos es ajeno y nos permite inculcar el espíritu misionero en las comunidades a las que servimos. Promovemos proyectos en muchos países en desarrollo para la educación, la sanidad, la formación de los jóvenes. En algunos santuarios marianos nos implicamos en la acogida de peregrinos para ofrecerles la experiencia de la misericordia «maternal» de Dios. Estamos atentos a las culturas y religiones de los pueblos que encontramos, en un espíritu de apertura y diálogo.
Nuestro Fundador
San Eugenio de Mazenod nació en Francia, en Aix-en-Provence, en 1782.
Hijo de aristócratas, con el inicio de la Revolución Francesa se ve obligado a huir a Italia, donde permanece exiliado con su padre hasta los 20 años. De vuelta a casa, intenta en vano asentarse mediante una carrera militar y un matrimonio de conveniencia, pero ambos caminos resultan impracticables.
Así fue como, en un momento de crisis existencial de su vida, hacia 1807, durante un Viernes Santo, se sintió profundamente amado por Dios, que daba sentido a su vida. Decidió entonces hacerse sacerdote y, en 1812, tras su ordenación, pidió dedicar su ministerio en favor de los jóvenes, los presos y los habitantes del campo.
Tras contraer el tifus en la cárcel y correr el riesgo de morir, se dio cuenta de que su intuición de trabajar por los más pobres y abandonados no podía llevarla a cabo solo. Así que reunió a algunos sacerdotes con su mismo espíritu y fundó la primera comunidad de Misioneros Oblatos de María Inmaculada, con el objetivo de trabajar juntos por los más abandonados, incluso a través de misiones populares en el campo.
La Congregación, aprobada más tarde por el Papa en 1826, crece y se extiende por todo el mundo. Se envían misioneros a Canadá, Oregón, Sri Lanka y Texas, para responder siempre a las necesidades de la Iglesia abandonada.
Eugenio fue nombrado obispo de Marsella en 1832. Murió el 21 de mayo de 1861. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1995.